Continuaba hallando en el emborronamiento diario de aquellas cuartillas, en la fabulación de su escritura, un encaje novedoso a su existencia, donde la irrealidad, cobraba vida, se hacia palpable, auténtica, revelando así el negativo de su vida, en contraposición al contenido vulgarmente fantasioso, y poco creíble, de su anodina y corriente existencia.
Al permanecer recluido en el tránsito a la resolución de su expediente, sintió una confortabilidad, una liberación con respecto a su vida reciente, casi una paz, ahuyentando el permanente temor de perder la libertad que hasta entonces le había perseguido, atormentándolo, y, extrañamente, esa condición de reo le conducía al final del trayecto de las posibles penalidades, proporcionándole una tranquilidad extra, inesperada, ante la evidencia de que ya nada peor podía sucederle.
Divagó observando su carácter autónomo y la facilidad con que viaja nuestra mente, en los saltos inexplicables que toma, sin que, al parecer, exista nexo entre las materias a las que accede, para acabar ironizando en la urgente necesidad de desaprender, para estar al día, de maleducarse, de reeducarse.
Debido a los cambios por la modernidad de los tiempos se hacía preciso una revisión a sus modales, a su obsequiosa manera de ser y desprenderse de esos "malos" hábitos adquiridos en su infancia donde te enseñaban, machaconamente, a saludar, ceder el paso, ayudar a los ancianos, respetar aquí, colaborar allá, a observar, en definitiva, un conjunto de básicas normas de educación cuya aplicación es cada vez más minoritaria quedando obsoletas y fuera de lugar.
Y, ya, se veía, cómicamente, asistiendo a clases nocturnas rigurosamente para mayores donde desprenderse de toda esa hojarasca de formulismos, desprogramarse y reiniciarse.
Finalmente, dio un nuevo salto, sin saber como, y pensó en la importancia de la elección del nombre a la hora de bautizar a los recién nacidos, pues, ese acto crucial nos modela proporcionandonos una imagen y semejanza. Es decir, nosotros no hacemos al nombre y si al revés. Aprobó el enorme adelanto el desterrar la antigua tradición de seguir el Santoral, donde te rifabas el nombre, o perpetuar la onomástica de tus antepasados condenado a sus nuevos descendientes de por vida. Es conocido el caso de un joven que llamarse Segundo le producía un problema de personalidad, pues, de aspecto potente y siendo muy competitivo ese nombre se apararejaba mal con su carácter ganador.
En una palabra, una inadecuada elección te condena a ser grueso, apocado o taciturno, para siempre.
Pensó, después, sin saber cómo, en las personas que no aman a la gente. En este apartado incluye a todos aquellos que desarrollan una actividad, desempeñan un trabajo, poseen un empleo que, a todas luces, no les satisface y no sienten ningún deseo de disimularlo.
Te atienden porque no les queda otra, no tienen más remedio, pero lo hacen en mínimos, ausentes, distantes, molestos, casi, por nuestra inoportuna presencia que viene a perturbar su tranquilidad, y se les nota tanto por su gesto de disgusto como por la consulta permanente a su reloj. Estos maleducados han sido superados por una nueva promoción aventajada que conocen todas las artimañas de los anteriores, pero las mejoran atendiendonos compaginándonos con otra función al unisono, o más grave aún, comentando sus pasadas o futuras vacaciones, o los pormenores de la ya cercana comida con el compañero/a de al lado.Estos truhanes que, encogiéndose de hombros, no saben como solucionar nuestra papeleta, y nuestra situación se les antoja harto complicada e irresoluble, son hábiles y eficientísimos ante los asuntos de un familiar o protegido, siendo verdaderos maestros en descubrir prerrogativas y atajos que simplifican el trámite o proceso.
Y ya que nadie está libre de culpa, rememoró, a correo seguido, como en su juventud siendo dependiente de un Comercio en su localidad, donde sorprende que en un espacio relativamente pequeño pudieran dispensar desde tornillos, a tejido por metros y donde, en la entrada, junto a las legumbres rebosantes en sus sacos, instalaban, inexcusablemente, una caja de madera con sardinas curadas, prensadas, como actuales pasajeros en un vagón de metro en hora punta; también él, fue reprendido por una anciana que aconsejada por una joven amistad, presumiblemente de buen ver, encantada de su exquisito trato, le afeó la forma de atenderle a ella, con un atiendame bien, joven que yo se que usted atiende muy bien.
Artemio López-Reverse (Derechos Embargados)
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