jueves, 20 de junio de 2019

La Dudosa Gratuidad De Soñar



Descartada toda posibilidad de recibir buenas noticias por el conducto tradicional del servicio de Correos, más allá de enlutadas notificaciones de impagos, multas y reclamos publicitarios, uno traslada la necesidad de saberse considerado, de sentirse, minimamente, establecido, superando la faceta de contribuyente, en otras nuevas formas de comunicación como por ejemplo el e-mail, que tanto juego cinematográfico ha dado.

Es decir, uno aspira, secretamente, a mejorar su amorosa cuenta de resultados recibiendo un extraviado mensaje final, definitivo, de Lupita, o de Afredito, según el caso, donde reconozcan su culpa, su error, lamentando, pasados los años, que lo nuestro no funcionara. 
Y se aferra a ello como tabla de absolución terrenal, pedestre, en una forma de redimir, no de corregir lo que pudo haber sido y no fue. Sabedor, por humana condición / convicción, que de haberse desarrollado los hechos de esta "otra" diferente manera, sería parejo el grado de nuestra insatisfacción.

En la orfandad de buenas noticias estábamos cuando apareció Fidel. 



Tea For Two Cha Cha

Estaba allí. Emergía, limpio, breve, claro, resplandeciente. 
Sobresalía entre la monótona parquedad que genera mi renuente actividad telemática, con la obstinada resolución que emplea la Naturaleza, para certificar y dejar constancia, en la estrecha junta de un muro de hormigón, por ejemplo, su fuerza renovadora con la irrupción de una frágil e insignificante plantita, -expresión mínima de ser vivo-, advirtiendo, calladamente, que nada podrá detenerla ni menos doblegarla.

Tiene algo este noble hobby de escribir, de casar palabras formando un tetris legible, con sentido, comparable al oficio de minero, pues te adentras hacia el interior de ti mismo, descendiendo también por ascensores improvisados, hacia galerías insondables y corredores propios desconocidos, en busca de material susceptible de arder, y, que con su combustión marche y fluya la prosa del relato. Aquí libre de respirar el nocivo grisú, desde luego, pero, expuesto, de no encontrar nada, al salir de vacío, a inhalar el tufo del ridículo, que es una forma segura de morir, siquiera sea, literariamente.



Para ello, para ese descenso introspectivo a los infiernos, resulta imprescindible mantener amaestrados los demonios interiores. Ocupados como en aquel antiguo juguete, donde un pequeño chimpancé practicaba infinitas piruetas en un columpio. Ya que parecen inevitables, al menos que cooperen, que estén de nuestro lado. 
Esos duendes / gremlins inquietos y guasones, lo adivino, que, seguramente, nos aportan la función de observar la realidad con otro necesario punto de vista: descreído, ácido y refractario. 

Es momento que rinda homenaje, ya, al medio. A este medio. Con sus lógicas reservas si se desea, como nuestra dolorosa pérdida de intimidad, la vulnerabilidad que ello conlleva traducida en desasosiego, dibujandonos una cara hosca y conformando, renuncia a renuncia, nuestro carácter agrio e irascible.

La tecnología ha avanzado con tanta rapidez que ha dejado atrás a sus actuales consumidores, cementerio vivo de suspensos, de tal modo, que nos les cabe un giga más, no les entra otra nueva actualización, y los gurús de la tribu ya se las pelan creando robots como cualificados destinatarios de sus próximos avances.

Pero así y todo, me declaro abiertamente defensor y partidario. Es impensable que estos rudimentarios pensamientos pudieran estar disponibles en cualquier parte del Globo con sólo estar abonado a Internet.



En el pasado, la gran conquista estuvo en que viajaran las mercancías, como conseguir el reto que el chorizo de Pamplona llegara más rápido. Bueno, primero, como con la gallina o el huevo, fue fabricar el embutido. Pero ahora, con la saturación del consumo, ante una inapetencia general hacía los objetos, en un descrédito total de los cachivaches, el gran desafío, el futuro que se decía antes, es la venta de ideas. La innovación, en si misma, como producto. Como negocio. Debe ser lo único que no engorda.

Y no porque, con sus adelantos, haya certeza de acercarnos a un mundo mejor. Ni tan siquiera, a sus plácidas inmediaciones. En la retro alimentación del sistema, cualquier cosa es peor que se enfríe, que se pare. 
Hemos claudicado aceptando la paradójica máxima de si hay que ser infeliz, seamoslo a lo grande. Con los punteros adelantos de última generación, en pantalla panorámica, a todo confort.



Comprobando que hemos llegado, a tantos frentes, tarde. Y perdido, por tanto, muchas batallas en la mayoría de los casos por nuestra incomparecencia, ganándonos la consiguiente eliminación. Como en la lucha del cambio climático. Con ese desprecio a nuestra casa común. Pero donde el ser humano demuestra sus mayores carencias es en la gestión de los residuos. Como escarabajo pelotero, en la porquería. Es ahí, con diferencia, donde se erige más incompetente. Donde resulta todo un invencible campeón.

Somos muchas cosas. Nos conforman diversos parches y retales en función de lo que ingerimos, de lo que respiramos pero nos explican nuestros comportamientos, detalles menores pero simbólicos, en el taquímetro de nuestra vida. Por la basura que generamos se puede hacer un análisis fidedigno de nuestro periplo vital. Y por su tratamiento.

Nuestra incapacidad crónica, más allá de la especialización mínima que, socialmente, nos avala y nos da de comer, se muestra, ya, en la preparación del familiar cubo de la basura. La gente no sabe protegerlo, adecuarlo, con papeles que forren la base interior de la bolsa de plástico para recoger restos líquidos de peligrosas salsas que ante cualquier mínimo poro, deja escapar un inevitable e incalificable reguero marcando con su rastro la portería y el ascensor.



Lamento esta elemental y pueril recomendación de intendencia tan superada y añeja como la advertencia sobre la "prohibición de sacar los brazos por la ventanilla" en el campo del transporte, pero unos famosos humoristas cosecharon su mayor éxito enseñando a llenar un vaso de agua
Pero abundando y acabo. 
El saco, la bolsa, no es obligatorio llenarla hasta el extremo que dificulte su cierre para sacarla al correspondiente contenedor. Si apuramos su llenado en exceso comprometemos su traslado con una inoportuna rotura y siembra de cáscaras frutales aunque, ahora, si, hayamos forrado su interior, con papel, precavidamente.

Todo esto no es nuevo. Todo el mundo lo sabe. Y al leerlo es imposible contener una sonrisa conmiserativa que justifique la pérdida de nuestro tiempo en algo totalmente manido y olvidado.
Si. De acuerdo. Es conocido por todos, pero, como sucede con los preceptos religiosos, muy pocos lo siguen, lo cumplen. Vivimos, una gran mayoría, instalados en la comodidad de asumir el mínimo de funciones. De tareas. O realizarlas de la forma menos exigente. Siglos más tarde, no hemos erradicado a los pícaros, se han, simplemente, reformado.




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