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Publicidad: Federico Fellini (La Strada, Amarcord) posa su aguda mirada en el mundo de los paparazzi en este calidoscopio de una Roma poblada por personajes enfermos y saturados de hedonismo.
"Los hechos descritos a continuación son inventados, y, si se parecieran a la realidad es por pura coincidencia"
No conozco para nada a Fellini. Ni me he preocupado nunca en saber que méritos reunía para desarrollar, tan bien, el trabajo que hacía, y, ser un inimitable número uno. Pero eso, ese enorme reconocimiento a su personal, y, particular obra, no empece que suelte, por fin, algo que siempre he pensado sobre los artistas.
Mantengo que muchos afamados recalaron en el arte, lo abrazaron, no como el final a un largo proceso de preparación, meditado y vocacional, sino, más bien, todo lo contrario. Se refugian en él, por su probada incapacidad para desarrollar cualquier actividad, sea la que fuere, siempre que se rija por un horario y esté jerarquizada/regulada por unas normas. Es decir, actúa como coartada y resulta ser una eficaz legión francesa, donde te borran, sea cual fuere, tu anterior pasado. Triunfan por defecto, porque no sirven para otra cosa.
Esa probada inutilidad es común también en la mayoría de los políticos, o, en personas con una profesión liberal, que, se ahogarían, ante un escape de agua en su propia casa, por desconocer, que, es, y, donde está la llave general de paso, y, se manifiesta, fácilmente, porque en un número creciente no disponen del simple carnet de conducir.
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