domingo, 3 de marzo de 2024

El realismo mágico que no cesa (6)



Amaneció, sudoroso, extenuado, confuso, como si detectase una correlación del tiempo. Una traslación en sus días, de tal modo, que, las 10:00h de la mañana correspondían en su nuevo estado a las 22:00h, siendo las 21:00 h de la noche, por tanto, las 9:00 horas tempranas del día.

De la misma forma que los impuntuales llevan su reloj personal atrasado con respecto al de sus citas, su dia se había desplazado, descuadrado, 12 horas, viviendo la noche en el periodo diurno y viceversa. Esto no tendría mayor importancia, era una cuestión de orden interno, pero vendría a confirmar una manifestación más del realismo mágico que padecía. 

Si Alonso Quijano de tanto leer novelas de caballería desvarió hasta convertirse en Don Quijote de la Mancha, a él, Nico Cienfuegos, comenzaba a afectarle la lectura de Cien Años de Soledad alternada, equitativamente, con El Señor Presidente.

Y se le figuraba este fénómeno harto complicado de explicar, como lo era achacar exactamente a que debiera ese calificativo, su literaruta preferida. Se diría que realismo quede justificado por la crudeza de los hechos narrados propios de la sociedad a la que retratan. Pueblos en tránsito, gentes de enonomías emergentes, en permanente expansión pero como en un bucle, siguen ahí, rehenes de su condición, lastrados por sus limitaciones. Personajes sanotes, más primitivos, menos evolucionados a diferencia de la literatura escandinava donde sufren similares penalidades, pero en un entorno exclusivo, más lujoso y sofisticado.

Por decirlo graficamente y con un ejemplo que entienda todo el mundo, en el boom sudamericano un personaje puede estar aquejado de golondrinos mientras que uno de Estocolmo, no.



Trastornado reemprendió la escritura, con una fuerza interior extraña como si una ristra de antepasados suyos, ágrafos, semi analfabetos, tuvieran la imperiosa necesidad de "explicotearse", también ellos, a través de él. 

Gente humilde, agricultores como daba el terreno, que en los días lluviosos de inactividad obligada, tejían pleita de esparto natural (cáñamo, esparto y mimbre: los tres pilares de la revolución!, pregonaban) para realizar con ella artículos como alpargatas, alforjas, cestos, serones o útiles de labranza, y, de quien heredó, a falta de patrimonio, firmeza en la palabra dada, rectitud de proceder y una seriedad en respetar lo ajeno, y, como consecuencia, una incapacidad total para atraer dinero y hacerse rico.

También, todo hay que decirlo, le llegó por vía familiar, una facilidad manual innata que aprovechó para dedicarse a la fabricación y montaje de collares, ensartando todo tipo de cuentas, (abalorios, bolas de piedra naturales, conchas, perlas, semillas) y en el ajuste, transformación o arreglo de cualquier modelo que se le presentase.

Era el médico o mecánico de los collares y su larga experiencia le proporcionó unos conocimientos valiosisimos en estética, en cuanto a su estilismo y la importancia de saber elejir bien el modelo adecuado. En la forma, tamaño y alargada. 
El collar, sentenciaba, es una expresión y una extensión más de la personalidad, habla por nosotros y a veces mal. Es un complemento que no se debería prestar, pues todo collar, no vale para cualquier persona y, cualquier persona no es idonea para lucir el primer collar. Principio éste que parecen desconocer algunas de las famosas que pululan por las Revistas de Actualidad.



"Por sus collares los conocereis", figuraba en el frontispicio de su cotidianidad y era su máxima favorita que compartía con igual estima con aquella otra sobre la indulgencia y parcialidad con nosotros mismos, que dice: Cualquier hija de portera, abandonada por su novio, cree que su vida es motivo para una novela.

Había algo de romanticismo decadente en su profesión que, dicho sea de paso, le permitíó pagar gastos y hacer tres frugaces comidas diarias. Como existía, también, queriendo parar el tiempo, en la obcecación y mantenimiento de esas otras tiendas residuales, de toda la vida, cuyos oficios y servicio estaban a punto de desaparecer. Ferreterias, mercerías y por ahí. 

Así y todo, halló en ese medio de vida, gracias a la manualidad de su trabajo, una forma sana en mantener la mente descargada, un disfrute constante con su actividad cuasi infantil, que hacía que los días transcurrieran con la duración de un fósforo y sobre todo, evitar formar parte de una farragosa estructura empresarial donde el puro hecho de trabajar, (la productividad) quizás sea, los menos importante.
Artemio López-Reverse (Derechos Embargados)



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