domingo, 3 de marzo de 2024

Ojo de Tigre y otras Ágatas Ortiz de la Cosa (4)


Neófito en la escritura y consumidor de literatura de oidas, este hecho le había trastocado, transformado, sintiendo la imperiosa necesidad de "explicotearse" que era, según él, un grado más alto, una manera más amplia y contundente, de explicarse. Y lo hacía, apremiado, mediante estas cuartillas que trataría de salvar, en esa encrucijada cuyo incierto final estaba por resolverse.

Un piropo si, un simple y triste piropo era todo el motivo de sus males. Una lisonja que además llevaba el ingrediente biblico del pan, que, solo por su indespensabilidad, debería ya constituir un atenuante, y, ser, suficientemente disuasorio para no querer buscar más pies al gato: ¡ estás para mojar pan ¡ exactamente, recordó.

Y alegó en su favor, que hombres como él, amantes entusiastas del sexo contrario, deberían estar protejidos, sino subvecionados, por los organismos gubernamentales pertinentes como se salva a las ballenas, o a los osos de cualquier latitud y pelaje.

Argumentó en su defensa la no voluntariedad de su condición. Es decir, no había premeditación ni por supuesto alevosía en su necesidad de relacionarse con el sexo femenino, lo cual le resultara recomendable, propio y hasta conveniente. En una palabra, el no tenía culpa de formar parte, quizás por haberse criado con pecho materno, del denostado gremio al que "le gustaba una escoba con faldas".



"Mi Curro no quiere a nadie
Mi Curro no quiere a nadie
Namás que quere a su mare, que le cante y que le baile
Namás que quere a su mare, que le cante y que la baile"

Miró para atrás, a ese pedregal donde cuesta abajo se despeñaban sus esperanzas, y recordó con tristeza de donde venía, sus origenes, de una antigüedad cercana, muy próxima, de una prehistoria de antes de ayer, vergonzante, donde el sexo y todo lo relacionado con esta materia, no suposo, casi nunca, ninguna diversión, ningún hecho placentero relevante, y si, con la similitud de ir a robar fruta, una forma irremplazable de padecimiento.

Es decir la gente se administraba mal con el sexo. Acudían a él, al tema, como abandonados a su suerte, en un territorio hostil, desconocido, donde se hablara un lenguaje distinto, incomprensible, en condiciones extremas de falta de asesoramiento y capacitación. Recibían más instruccion en como conseguir un carnet de conducir, muy importante, desde luego, en la era de la logística y el reparto, que en como alimentar y convivir con esa otra parte suya, propia, que les iba a acompañar, decisivamente, de una u otra forma, para el resto de sus vidas.

Cayó en la cuenta de haber sido y estado gobernados securlamente por una pléyade de ineptos, una centuría de berzas, una miriada de pazguatos, malhumorados, pequeñajos, muy bajitos, regordetes, y, además, muy feos, feísimos, sin saber si debían su deporable físico a consecuencia de su maldad, o esta, a causa de lo agrio y desabrido de su temperamento.



Les disculpaba a éstos mandamases, su incapacidad manifiesta para con los idiomas, la refractariedad demostrada para la economía, su agrafismo profundo, la falta de sensibilidad para las artes en cualquiera de sus disciplinas, al tiempo, que lamentaba la no existencia de un Tribunal reparador, en un proceso revisionario, del estropicio y mal vivir causado por la negación y el desprecio, en una dejación de funciones incompresnsible, hacia esa necesidad de actividad sexual reparadora.

Y todo esta mala relación con el sexo, con el propio y su consecuencia directa, el ir mal jodido, en lenguaje coloquial, derivó en un cabreo generalizado, en una mala leche olímpica, que invadió todas las parcelas de la convivencia, alterandola, de tal modo que los proyectos de carreteras salían con curvas torcidas, imposibles, los puentes no aguantaban, los planes quinquenales se evaporaban sin resultados estimables, el trigo germinaba porque no le quedaba más remedio, pero el grano resultaba inservible, los padres cacheteaban a los hijos varones de veintitantos años, sin mayor motivo ni razón, mientras el pais lastrado por esta situación paralizante se resistía en mirar al futuro y no avanzaba.

En ese momento se sintió, más que nunca, solidario con el ser humano cuya desgracia y sufrimiento, viene de la Creación, y, aliviado, convino en que su actual situación, su peripecia, quizas, no fuese para tanto.
Artemio López-Reverse (Derechos Embargados)

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