sábado, 6 de enero de 2024

No le riñas más al nene, que ya ha aparecido el peine (3)


Escribía, escribía, escribía copiosamente, compulsivamente. Con glotonería, con el ansia propia de aquel que comiera con hambre muy atrasada. Impulsado por la indignación y el atolondramiento, sacar toda aquello de su interior, era, además de una forma de constatación y certidumbre del paso del tiempo, el único bálsamo que le tranquilizaba. 

Advirtió, ante ese abismo, al que su incierta situación le abocaba, como sucede ante una operación quirúrgica de envergadura o en el transcurso de un peligroso accidente, acudían a su mente infinidad de imágenes que se sucedían de forma vertiginosa como preprarándose para el fatal recuento del balance final de un ejercicio.

Comprobó, además, que en situaciones extraordinarais donde nos sentimos verdaderamente afectados, quizas por un mecanismo de autodefensa, seamos capaces de desarrollar una actividad desconocida, insospechada, donde se activan todos los resortes de nuestro organismo descubriendo nuevas capacidades y obteniendo un mayor rendimiento.  

Que útil sería, llegó a elucubrar, conocer el punto donde activar voluntariamente este estado, para obtener, en términos de efectividad, una mayor rentabilidad a nuestra existencia.

Y en esa sobreexcitación notó, extrañado, como se le agolpaban la ideas en su cabeza formando un cuello de botella, lamentando, que, en ocasiones, lo poco es malo y lo mucho sea peor.



Ideas, recuerdos, sensaciones disparadas, inconexas, vagas, sin que nada pudiera hacer él por contenerlas y ordenarlas. En ese estado de confusión, divagó por el realismo mágico, en el boom de la literatura sudamericana de los 70 para acabar, sin saber cómo ni porqué, reconociendo que en determinadas complicaciones de su vida, se preguntara como actuaría Emiliano Buendía, su admirado coronel, ante ese hecho puntual concreto, para acabar adoptando su equilibrada y supuesta decisión.

Por una forma caprichosa del comportamiento de nuestra mente que, en determinadas circunstancías, reacciona de un modo contrario al requerido, de tal modo, que en los entierros se suelan dar situaciones cómicas o se tienda con cierta predisposición a reir con una impropia facilidad, recordó en ese preciso instante tan inoportuno para la libido, como en otra variante de realismo esta vez, guarro, una larga lista de nombres como se le conoce, dependiendo de la latitud, al órgano genital masculino: 
cigala, cimbrel, ciruelo, cuca, chorra, dominga, mandao, mango, miembro, minga, pene, picha, pijo, pija, pilila, platano, polla, verga y vergajo 
en una suerte de cancioncilla como aquel que enumerara los ríos de un extensisimo y regado Continente.

Una de las imágenes que rescató en el calidoscopio sepia y vertiginoso de su existencia, estaba fechada en su infancia, haciendo buena esa realidad no contrastada de que cuanto mayor te haces, mas claramente recuerdas tus primeros años, y, era, practicamente, calcada a las magnificamente relatadas por Fellini en su maravallosa Amarcord, llegando a la conclusión que exista una sola y única niñez con su adaptación y aprendizaje pero que se repite como se proyecta nuestra imagen, infinitamente, en un ascensor o salón forrado de espejos. 

Recordaba que incluia el primer contacto con el odioso vicio de fumar, una leve iniciación teorica a la sexualidad para acabar compitiendo en un tipico concurso, entre colegas, haciendo pipí, alineados de pie, para comprobar quien lanzaba o llegaba más lejos con su orina.

En su estado y condición, los días dejaban un poso negro, amargo, imbebible, como le sucedía a su subvencionado café diario.

Artemio López-Reverse (Derechos Embargados)



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