El haber ideado un resolutivo método para dejar de fumar, sin ningún conocido seguidor, y el hecho de que estas líneas pasen inadvertidas con toda seguridad, no me amilanan como haría aconsejable el cosechar dos sonados fracasos, muy al contrario, la temeridad no tiene límites, y me empuja a ahondar aún más en el terreno de la salud, desarrollando, un sistema definitivo para adelgazar.
No tanto una forma de combinar los alimentos y recomendar el obligatorio consumo de las cosas que no nos gustan, (alternando los odiados espárragos verdes con las lánguidas y temidas acelgas) sino de despertar la importancia de cambiar de hábitos.
Es decir, desgranar argumentos que accionen la palanca para cambiar el chip. Que inviertan la tendencia natural a aceptar nuestra situación como irremediable.
Y una de las razones más poderosas a considerar es la económica. Si, como en los demás ámbitos de la vida, este es un gran argumento, dependemos de él, incluso la salud y hasta el amor le siguen en importancia y sufren los vaivenes de su consistencia y estabilidad.
Por tanto, convengamos en que carretear comida es doblemente pesado y costoso. Tiene, además, una connotación anti-estética. Conducir carros rebosantes de artículos por el supermercado rezuma mucho de tragaldabas, algo de hambriento y todo de acaparador. Por eso, ahora que hemos conseguido hacer desaparecer el dinero físico, por su imagen sucia y cutre, los pudientes, temerosos de ser señalados como glotones, se hacen llevar la compra a casa.