Un alto cargo de no se que Organismo fue destituido o invitado a salir por la puerta trasera al conocerse que visitando una iglesia tuvo que descalzarse y unos "tomates" (agujeros humildes) en sus calcetines le delataron, anunciando urbi et orbi que era una persona descuidada. Vaya instantánea para ganar el premio de foto periodismo. Ésta seguro que no estaba preparada, trucada.
Y es que la gente se cambia la ropa interior no por higiene, no; es por si los atropeyan, no aparecer sobre la camilla del hospital con un huevo colgando.
Esta manera cantinflera de ser y estar me lleva a confesar que sigo, aún sin pretenderlo, un ranking de la gente pública que luce un estado de conservación de boca más lamentable. Tengo fichado a un sindilalista y a un presentador regional que reñidamente se disputan el primer premio. Pues en general, el personal de a pie, prefiere arreglarse la cocina y el baño, antes de acudir a un dentista.
Presentamos, por tanto, una situación de posguerra crónica y permanente en nuestras bocas.
Y la culpa es de los profesionales del sector, que en lugar de adornar sus higienicas salas de espera con calendarios de macizas camioneras en camiseta mojada transparente o fornidos mecánicos con el aceite cayendoles a pecho descubierto, colocan en sus paredes unos posters anunciando, machaconamente, unas patologias de los dientes, todas acabadas en -itis, que causan pavor.
Ves al vecino del cuarto compungido, cabizbajo, te interesas por su situación y te confiesa es que voy al dentista. U otro, previsor, te cuadra la agenda con "el mes que viene no podrá ser, no cuentes conmigo, tengo dentista".
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