Adrentarse en aquel desaparecido túnel de lavado era introdudirse en un mundo paralelo de fantasía donde las escobas, balletas y fregonas cobrasen, por si mismas, vida. Llamaba la atención lo ordenado y limpio que estaba. Un espacio, se diría concebido para cualquier actividad más elitista, menos prosaica. Tanta pulcritud era contagiosa, convidaba a más, y te venían ganas casi de ducharte otra vez, para no desentonar con su entorno inmaculado.
(En esto de la limpieza siempre hay quien te lleva la delantera: en no se que pais no hay papeleras. Sus habitantes recogen su basura en bolsas propias y las vacían de regreso en su casas. El resultado es que no hay un papel ni una colilla, por supuesto, en el suelo.)
Bien, completemos el recorrido del túnel. Sabías a lo que ibas, por que un radiante letrero anunciaba, casi a su salida, esta máxima o parecida: "La limpieza es signo de cultura". O de educación o de Civismo.
Coherencia total. Es decir, alguien que vende limpieza ha de empezar por serlo. Esto que parece tan propio, tan natural, no es común.
Observen la cantidad de furgonetas industriales, rotuladas, esparcidas por la ciudad, incluso de limpieza, sucias. Y eso que son la tarjeta de presentación del negocio. El escaparate movible de la Empresa. También las encontrarán con un foco desportillado, con cinta de embalaje aguantado un retrovisor colgandero o tapando, con un modesto cartón, un ya viejo agujero.
Las hay de alimentación que no se han lavado nunca, y piensas, si son tas descuidados exteriormente, no se que harán con la comida cuando no los vemos.
Y luego están los letreros de ciertos negocios en activo, que solo conservan una o dos letras del enunciado original y sirven de acertijo a los niños para adivinar en que actividad reparten su suciedad.
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