Que estamos en el final del negocio de la música lo saben bien los grabadores / editores, resignados o no, que son los primeros que notan el cambio, la conducta y la conquista social.
La tecnología nos sobrepasa en una sofisticada forma de esclavitud y se ha caído el mercado.
O, al menos, como tradicionalmente era. Recordémoslo, nunca está de más: Se trataba de acudir a una tienda de discos, extinguidas, como se asiste a una pesca salada (establecimiento en proceso de extinción) pero en lugar de pedir un kilo de la parte del lomo de bacalao en trocitos para freír, pedías el último de Juan o Junior y te ibas con Andurinha, y, esa cara, de tonto complacido, que se pone cuando tus deseos son atendidos por los dioses de las compra.
Ahora, algunas productoras ya no editan los cds. Los meten en no se donde, cuando a través de estar dado de alta con no se quien, puedes escuchar lo que te venga en gana, a la manera de una radio, y, te puedes fabricar, tu, el disco. 
Pero ahí va la pregunta: ¿Dónde metes la nariz para disfrutar del olor de los antiguos discos de vinilo? En el chichi de la Bernarda?
Fulgen.
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