Los anuncios publicitarios han perdido la función de ser una información al consumidor y por tanto de esa cierta simpatía o atractivo que disfrutaban, para volverse un elemento machacón e infumable del que todo el mundo huye y admoniza.
Mi defensa consiste en manejar el mando a distancia siendo el botón de mute mi preferido. Mantengo toda la programación sin voz y sólo la activo cuando deduzco por las imagenes que ese momento concreto me interesa.
De todos los mensajes el que más me incomoda, en la actualidad, es el que un antiguo presentador de competiciones automovilísticas nos invita, insistentemente, a vender nuestro coche. Nos lo compran aunque lo necesitemos, queramos desprendernos de el o no.
Las facilidades son infinitas. En cierto caso a un paisano le tira cien mil papeles que transporta para agilizar, con ellos, la venta, y ya, la cosa se pone más grave, cuando una esposa le consulta a su esposo conduciento el auto propio, cuánto podría valer. En ese momento, aparece del asiento trasero este presentador de carreras, infiltrado en el viaje, y dice que la casa que representa si lo sabe.
Inquietante.



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