Un espacio inútil / intrascendente, para no iniciados, donde aparecerán comentarios, canciones / películas antiguas que poco o nada interesan, y, pobrecitas, ¡que pena! hayan acabado aquí.
Al quedar en desuso la querida costumbre de escribir cartas, la correspondencia epistolar, nuestros buzones particulares, trabajan para el enemigo, convertidos en terminales colaboracionistas con la Administracción-Organismos Oficiales, recogiendo avisos, sanciones, y, toda suerte de notificaciones de impuestos y tributos. Sometiendo el trámite de su apertura en una decisión, repetidamente, aplazada por desagradable.
Es impensable rescatar del lóbrego receptáculo una carta normal, donde una antigua novia, por ejemplo, confiese que si, que se lo ha pensado mejor, y rectifique, anunciándote, que donde se alzaba un muro insalvable para vuestra común amistad, se extiende, ahora, una espléndida autopista de seis carriles por banda viento en popa a toda marcha, sin peaje, incluyendo, como prueba, un pétalo de una humilde flor, desecado.
O de Carlitos, traspapelada y repartida 50 años tarde, desde el Ejército, con una foto sepia donde empuñando un fusil, como se maneja una guitarra en un grupo de rock, y, con cara de definir, como en el viejo chiste, las partes de las que consta, en dos: fu y sil.
Bien. Armo todo este alboroto, todo este festival de incruentos fuegos de artificio para rogarles una atención, un detalle, de su parte.
Nos le pido una misiva a la antigua usanza, con franqueo de trajes militares de época o regionales; simplemente, un simple comentario. Aquí abajo.
Esta relación funciona mejor cuando los lectores, si los hubiera, se manifiestan, afloran y participan.
A lo que deduzco, está leyendo esto, y, sin embargo, nada se de usted. Como es? A que dedica el tiempo libre? Merecería un saludo (cordial) de su parte?
¡Cuan farsantes y ventajistas somos ante la irreprimible fuerza de nuestros deseos!.
Y que difícil resulta, entonces, renunciar a lo que anhelamos, imperiosamente. A aquello que en un rápido proceso de apropiación y consecución, idealizadamente, nos conviene.
Casi que nos corresponde, por derecho; postulándonos como merecedores naturales, de ello.
Por la ley del embudo.
Hay que ver cuan indulgentes y benévolos somos.
Como combinamos y retorcemos los hechos, las condiciones, los supuestos, para que una serie de acontecimientos, de manera tramposa en el solitario de nuestros intereses, a sabiendas, confluyan, con la visión más optimista, y, encajen en el fin que pretendemos.
The Musical Score of Gigi- Gigi
No hay barreras, ni competencias, ni limitaciones. O nosotros o nadie. Tal vez, el diluvio.
Luego, la cruda realidad se impone derrumbando el castillo construido de falsas ilusiones, de vanas esperanzas, y nos aferramos, al otra vez será, y nos conformamos, pues bien mirado, no era lo acertado, lo oportuno, en una nueva comprobación de que la zorra cuando no alcanza las uvas, se consuela con que estén verdes.
(Cuando no sepas de que hablar, ni hayas hecho la Mili, ni por tanto contarla, acude al refranero. Es fuente inagotable de sabiduría caduca / caducada, además es barato, está al alcance comprensivo de cualquier interlocutor, y, da como un aroma a chanel manchego nº 5. Créeme, vale la pena. Ataca por ahí. Es mejor que permanecer callado, o, entregar el papel del examen en blanco.)
No; la música, en general, es el Gran Continente; siendo, los países, sus diferentes géneros, y, los interpretes constituirían, titulando en orden a su importancia y renombre: sus capitales, ciudades y pueblos.
Y aún, diseminadas, minúsculas y recónditas aldeas.
Las canciones resultarían, entonces, las casas: humildes, acogedoras, obradas con escasez de elementos, sobrias, ejemplo de voluntariedad; con su particular y oculta historia, sencillas, breves de tamaño, dignas, instaladas en la frontera de dos estados, siendo difíciles de ubicar / catalogar, fácilmente comprensibles o enigmáticas, requiriendo procesos más costosos, como situadas en lugares apartados, de empinadas cuestas y carreteras zigzagueantes; o muy ricas y ostentosas, resplandecientes, elegantes, extensas, profundas, colaborando en su construcción un sinfín de componentes y hasta diseñadas con un arquitecto / director.
Las conozco, las visito, asiduamente, y, vuelvo a ellas cuando siento su urgente necesidad.
Todas, preferencias aparte, me son útiles, con aportaciones únicas, diferentes, y ninguna me sustituye a otra. Son como unidades de gigantescas manos con incontables dedos que, todos te fueran necesarios, y, quisieras por igual.
(La imagen es poco acertada sobre todo porque no encontrarías guantes tono pastel, y, menos, de ese modelo).
Conviven diversidad de formas de prosperar en la escala laboral, siendo más rápidas y directas, las, en mayor o menor grado, inconfesables, ya que por su misma condición de alegalidad, conocen y disfrutan de atajos o brevedades vedados a las rutinariamente meritorias.
Una de esta modalidad garantizada es el ascenso coñero, que, como su propio nombre indica, consiste en escalar puestos por vía vaginal, no por el conducto, físicamente imposible, pero si como una forma comercial actualizada del pago en especies, o, en recuerdo del extinguido trueque.
Difiere de su hermana gemela, la vulgar promoción camastrera, en que el sujeto protegido no participa, pasiva ni activamente, en el uso y disfrute de la carne, y, su inmediata elevación, se ejerce por delegación, en una extraña suerte de carambola.
Es decir, alguien muy allegado incide en la titular de un coño estratégicamente situado, para que a través de este medio, influya, canalice y surta efecto la deseada petición.
Como verán la fórmula presentada aquí, goza de mayor grado de sofisticación, pues, la maniobra no se aprecia, a simple vista, quedando entre un "si es / no es", y resulta, desde luego, más aséptica, al quedar diluida y enmascarada.
Se nota, en último extremo, en que al incorporarse el recomendado al nuevo destino, le respetan, escrupulosamente, el tiempo reservado para desayunar ya en su primer día de trabajo.
A los que desempeñamos un trabajo marginal, con la calle como inhóspito escenario, a veces, nos sería más fácil aligerarnos sexualmente que, como escribiera Alvaro de Laiglesia, echar una larga y cálida meada.
Frecuentamos ciertas cafeterías con asiduidad, siendo tolerados, y conocemos hoteles de fácil acceso, donde colarse, y, disfrutar del alto standing de un 5 estrellas, (pena da, embadurnarlo) pero, precisamente, porque te ven venir (y salir), te revienta, que, sin atreverse a decirte ni pío, piensen: mira, ya está éste por aquí, otra vez, a cambiarle el agua a las aceitunas.
Desahogarte en cualquier bar es lo más socorrido, pero resulta un contrasentido entrar a repostar líquido, si lo que urge, sea, precisamente, soltarlo.
Si no me canso de repetirlo: tu no puedes tomar líquido si tienes ganas de orinar.
Ahora, afloran en la entrada de tascas y baretos, carteles, reservando los servicios exclusivamente para clientes; haciéndose preceptiva, por tanto, la consumición, y, anda el personal, con la vejiga a reventar, reacios, descolocados, al enfrentarse a esa tremenda disyuntiva.
Extinguidos los viejos urinarios, donde habías de vigilar el mandao, si no querías que una mano ajena te lo sujetara, y, sin una política municipal de instalación de cabinas urbanas higiénicas,
(Foto robada en los Campos Elíseos, y, no es coña, en misión especial por un asunto de faldas, escabroso, donde se ponen a prueba los bajos instintos del ser humano, en medio de una tórrida pasión que a buen seguro no interesa a nadie y tal..)
aquí hay negocio, (y alivio al paro), con una regulación nueva, revolucionaria, autorizando mingitorios como servicio público, pero regentados por particulares, a la manera de los moribundos locutorios, pero pulcros, perfumados, sanitizados, con una encargada al frente, luciendo delantal y una pechera de antigua carnicera, y donde sea obligatorio dejar una moneda a cambio de consumir nada.
Existe una competencia feroz, indisimulada, entre los paises poderosos del Planeta, a la que se suman, por su cuenta, dos particulares super ricos, en una carrera espacial por descubrir lo que sea, a toda costa.
Es una consecuencia de que el mundo conocido se ha hecho local, pueblerino, se les ha quedado pequeño y hay que ampliar horizontes en una huida hacia adelante aunque sea con proyectos costosisimos de dudodo éxito.
A mi me maravilla y me sorprende esta fiebre avanturera cuando nuestro Planeta está hecho unos zorros, se le descosen las costuras por todas partes, estando amenazado cada vez más, y, en lugar de arreglarlo, que sería lo propio, lo plantan y ahí te quedas, tratando de exportar este fracaso a otros mundos intactos, lejanos e inexplorados.
Mientras tanto, entre viaje y viaje, vamos acumulando basura espacial con la gravedad que ello supone, sin que se le de mayor importancia.
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Por otro lado cobra cada dia más veracidad el funcionamiento de los automoviles sin conductor y ya hay pruebas piloto en Los Angeles, osea que la cosa va en serio.
Acabarán imponiendose, seguro, y entonces pasaremos a las cocinas sin cocinero, los barcos sin marineros ni capitán, los hornos de pan autonómos, los hospitales libres de humo y de enfermeras, colegios sin maestros regañones ni de los otros y el mundo tendrá la fría soledad de una lavandería automática.
Ante este proceso de eliminación, alguien descubrirá entonces que sobra personal, pero, tranquilos!, ya se les ocurrirá algo para neutralizar ese exceso.
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Los de los satélites u otros como ellos, también se están dedicando a la fabricación de robots humanoides que caminan y ya hacen, imitando a los humanos, las funciones de llevar una carta, trasladar un cacharro, subir una escalera corta (están aprendiendo) y cosas por el estilo.
Bien, aún teniendo en cuenta el bajo índice de natalidad, yo me pregunto: estamos tan mal, es necesario invertir dinero en esta tecnología de "copiar" cuando tenemos repartidores de los de verdad, de carne y hueso, a punta pala?
Tambien yo, como Sabina, he tropezado con el pasado y muchos años después he vuelto a comprar en una tienda de alimentación, de barrio. Los antiguos coloniales / ultramarinos residuales, modernizados, que valientemente han resistido al empuje voraz de las grandes cadenas de distribución. Un comercio menor, de proximidad, herederos de la bata (guardapolvo) azul y lápiz contabilizador en la oreja.
Tiene cierto encanto esa compra pormenorizada respecto a la gran superficie. Te aleja del anonimato, de la mecanicidad del auto-servicio y te convierte en un comprador real, presentado.
Y ofrece alguna ventaja añadida como es un trato más cercano, directo, con asesoramiento gratuito (de farmacia) y la certeza de saber adonde va tu dinero. Quien es el beneficiario final, a diferencia del gran supermercado, que lo único que aciertas a averiguar, es que el total de tu compra sumada a otras muchas anteriores desaparece disparado en una cápsula oblong de plastico por un sistema de tubos impulsado por propulsión de aire a chorro.
Se establece, por tanto, una correlación de humildades, un hermanamiento y equilibrio de economías, igualatorio, entre la procedencia de tu dinero y su destino final.
Es decir, tu dinero ganado legal y trabajosamente tiene un destino callado, discreto, un recorrido corto, lejos del relumbrón y el brillo que, al parecer, recibe el dinero especulativo, sin trazabilidad, amasado, y fundido en un gran almacén.
Es desde luego una experiencia reposada, tranquila, sin apretujones ni colas para pagar. No disponen de marca blanca y sus productos, como de Segunda División, tienen nombres corrientes: los berberechos, Ramona; las patatas fritas El Abuelo Antonio; las legumbres Tio Paco, o algo parecido, y en caja te perdonan, gentilmente, los céntimos de tu compra cuando exceden a un número entero, ejemplo: 20,01 o 20,02 € y no te hacen cambiar otro billete más para enjugarlos.
Adolfo, nuestro conserje (portero es un grado menos en su escala laboral) es simpático, eficiente y gay. El orden es aleatorio.
(Ahora, que el trabajo se hace tan preciado, hay encubierta una campaña, generalizada, para eliminar este puesto. Con lo cual, los cesantes por jubilación, rara vez son reemplazados por jóvenes dispuestos a recoger el testigo del mocho, la bayeta y la escoba).
Es el alma de la finca. Y se aprecia, aún más, en vacaciones, cuando no está.
Educado, ágil, alegre, siempre solícito, es fuente permanente de noticias y depositario de privilegiada información.
Transmite su presencia, con ese don (encanto, sex-appeil) que algunas personas atesoran, un efecto estimulante y, contagia, a la entrada, de una actividad y nervio, propio de un edificio donde se sustanciara algo de mayor calado. De más importancia y categoría.
Entiendo a los propietarios que, en aras de la rentabilidad, quieran reducir gastos (ajustar costos) pero, a este paso, nos vamos a cargar la economía, y, nos quedaremos, lo que es peor, sin "glamour".
(Las nuevas generaciones que desconozcan la introducción del clásico "Platero Y Yo" de Juan Ramón Jiménez, pueden ahorrársela, es clavada, pero con burrito de protagonista.)
Como suele ser habitual, sólo el entresuelo y el principal desarrollan actividad comercial / mercantil, (a más altura, menos público accede ).
El resto de plantas permanece ocupado por los escasos integrantes que van quedando, obstinadamente, de familias de toda la vida.
Una escuela de peluquería practica la enseñanza, y, la gratuidad, en la primera planta (las aprendizas no cobran por sus servicios a cambio de su aprendidaje), y, justo enfrente, al otro lado del ascensor, unas personas, de esas, "que tú, nunca lo dirías", atienden, con toda la discreción y reserva, el terminal de una linea erótica / caliente.
(En algún sitio habrían de ubicarse para cumplir esa función social. No se que sucedería con la cantidad de paranoicos que pululan si además fueran salidos. Sorry).
Son gente normal como tu, o, como yo, pero claro, tienen que aguantar lo que no está escrito. Es un trabajo, si se le puede llamar así, muy desagradable por su parte, pues, como es fácilmente entendible, aunque, sean eje fundamental del proceso, y, el alma viva del negocio, no participan para nada de lo que allí se cuece. Ya me dirás! Es muy fuerte!
Al principio, les produce ansiedad y trastornos.
Me confesaba, tomando café, una telefonista veterana que me conoce y, sabe, que ambos compartimos oficios degradantes, que ella, hasta que no llega a su casa, se ducha, y se cambia de ropa de arriba abajo, no se libera de la contaminación estática que le produce estar al teléfono.
Suerte que el cuerpo genera autodefensas, y, con el paso del tiempo, mientras complacen las solicitudes más vergonzantes de su interlocutor / cliente, lo simultanean con alguna otra distracción paralela.
Hay quien aprovecha para estudiar, simplemente leer, o pintarse las uñas; aunque ella, prefiera, evadirse, haciendo punto. Le quedan unos jerseys tristes, apagados, insulsos, con un aire indisimulable de melancolía.
En el rellano del principal, (nuestro destino) una lámpara auténtica de cuadro de Gioconda falso, da vida al anagrama con nuestro nombre, avisando que ya has llegao.
Una sala de espera, ni grande ni pequeña, con un sofá de sky, (de color aún para catalogar), pero que ya vuelve a estar de moda, ("es lo último,") nos recibe como antesala a dos puertas, de dos despachos gemelos, con balcón a la calle, imprescindible; tan parejos, que da la sensación que un espejo corriente, los repitiera, duplicandolos.
Una foto de una cabina telefónica londinense, acompaña, en la entrada, a un galán de noche, que hace todos los turnos, recogiendo, fiel testigo del tiempo, objetos olvidados por los clientes, y, ya tenemos: el indispensable sombrero, dos boinas, (capadas), de paraguas, ya hemos rebasao la media docena, una fiambrera, un pay-pay, un cardigan, una tabla de surf, unas bolas chinas, y, un estetoscopio, más un silbato de árbitro de 3ª Regional descendido, formando un conjunto que transmite al rincón, un aire colorista y "divertido", como adjetivan aquellos que, en una mezcla de ignorancia, y, dejadez, califican los más dispares asuntos con este único título.
De un tiempo a esta parte siento, padezco, mejor dicho, un atroz, profundo y pertinaz asco. Y me inquieta, me preocupa.
Podría parecer una cosa menor, una cosa circunstancial, pasajera, un "si es / no es", un asquito, un ligero repelús, pero no, la cosa tiene toda la pinta de ser más grave.
Desconozco su origen o procedencia, pero no se deriva o la ocasiona, estoy convencido, un hecho concreto y puntual.
Es una repugnancia discrecional, ambiental, que se fundamenta y toma cuerpo, volumen, a partir de pequeños asquitos, intrascendentes, menores, pero que sumados adquieren la condición desagradable, la naturaleza, de molestar, de, en una palabra, de asquear honda y profusamente.
Y esas pequeñas, minúsculas, imperceptibles, tomas o muestras, nacen, aquí o allá, en la contemplación casi, sin querer, de un programa de tv, por ejemplo, donde personajes sin interés y sin mérito ocupan la pantalla degradando con su presencia la utilidad del medio.
Curioseando el vídeo promocional, de una imbécil en pilota picada, es transportada sobre una gran bola metálica de demolición refregándose la pechuga, como si con ese acto, fuera a salvar el mundo.
O escuchando, accidentalmente, la enésima solemne rueda de prensa o declaración de un político indeterminado. Da igual la adscripción partidista. Su desfachatez e incompetencia los iguala, hasta el punto, de ser intercambiables. Presenciando el entusiasmo que despiertan los jugadores de fútbol, unos privilegiados, ágrafos todos, incultos masterizados, que no servirían para el noble oficio de reponedores de supermercado y que delante de una audiencia internacional, no articulan cuatro palabras en inglés, como hiciera, gloriosamente, Garci, agradeciendo la distinción o premio.
En fin, la lista se haría interminable.
El problema se complica pues el tratamiento de esta curación como la odontología, no lo cubre la medicina estatal.
El hall, sobrio pero amplio, da cabida en su centro a la garita de Adolfo, nuestro conserje, (es, naturalmente, peluquero, reciclao) y, se despliega, en dos distribuidores como añadidos a posta, desde donde nacen, cada una de las dos escaleras independientes (contiguas) con su correspondiente ascensor antiguo.
Es un despacho tipo, y, cuando lo visitas por primera vez, tienes ya la sensación de conocerlo previamente, de haber estado allí. Resulta familiar.
Se asemeja, (como sucede, a veces, con las personas, lugares, o paisajes), a otros, de similar distribución, de fincas parecidas, hermanadas por enclave y época, confirmando que la moda en el diseño se extiende, también, a la construcción, (todo es fruto de su tiempo), y, te lo recuerda el haber pisado, en anterior ocasión, idénticas baldosas con olvidado motivo, que, se yo; en busca de consejo médico, asesoría de abogado, consulta sentimental, o, cualquier otro asunto diverso, que no identificas, excepto, que su final acabara con el abono obligado de una factura.
(Presento esta larga descripción consciente de que ya no se llevan. La gente quiere acción, sangre, tiros, traqueteo (sexo, preferiblemente), ya, en el primer párrafo. Ejemplo: Subí la escalera, echando ostias, sin esperar al ascensor, desabrochandome la bragueta, pues me acababa de mensajear, vía movil, que, por fín, estaba sola, despachurrada en la cama, esperandome...)
A las lógicas enfermedades asociadas a la niñez, sarampión, viruela, varicela, les sigue, en el segundo tramo de la vida, de la pubertad a la juventud, el riesgo de enamorarse de una persona mayor, totalmente insospechada e inadecuada, a partes iguales, pues, así de virulento se manifiesta el bichito en esta fase, como recoge, sobrecogedoramente, la infección, esta película, Verano del 42.
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La posibilidad que te toque en suerte una futura suegra de buen ver, cachonda, liberada, con ganas de ponerte a prueba, y probar la mercancía, antes de formalizar la transacción, es una insólita situación, difícil de producirse, por ética y estética y porque la moral y la decencia no lo permiten, en condiciones usuales, a no ser que seas un joven atractivo como Dustin, y por la parte contraria, el destino te empareje, familiarmente, con una Anne Bancroft, madura, plena, estimulante.
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En cuanto a la aventura con una Sra. Jones es más usual, extendida y factible.
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Resumiendo: No abandones el carnet de vacunaciones, pues, no estás libre de padecer una infección, si no te has enfrentado, con más o menos defensas, a alguno de esos tres ejemplos.
Término acuñado para calificar las noticias de rango inferior a falta de actividad político-financiera durante esa época del año.
Se conocen varias que siguiendo el calendario, periódicamente saltan a primer plano, asociadas a sus respectivos acontecimientos: tomatinas, tamboradas, salto de cabra (ya felizmente, extinguido), y por extensión / agotamiento la celebración del certamen de la elección de la mejor tortilla española, que lleva adosado el irresoluble debate similar a la naturaleza del sexo de los ángeles, esto es: si entre sus ingredientes deba contar o no con cebolla. (Ahora debido a su encarecimiento de precio, quizás se amplíe a si pueda incluir, necesariamente, huevos.)
Huevo va!
Bien. En un pintoresco lugar de nuestra geografía elegido para la ocasión, se reúnen varios concursantes (la mecánica ya la conocen, sirve para paellas, bizcochos, y cualquier otro producto a promocionar) y un eximio Jurado decide otorgar el premio, indefectiblemente, a una suerte de papilla dorada, sin cuajar, indespachable.
Adidas, Filomatic, Adiós
Le preguntaba, al Jefe, sobre esta preferencia culinaria, atajando el tema con un déjate de zarandajas Ful, y como buen defensor de "donde hay pelo, hay alegría" : ¿para cuando un debate serio, profundo, transversal, sobre la vuelta del vello axilar que tanto favorece a nuestras féminas?.
Lo localizamos, a duras penas. Opto por la vía sentimental, (la dificultad del lenguaje tampoco ayuda para la negociación), mostrándole su foto familiar general, en donde, previamente, con las tijeras lo he eliminado, y ni así, hay manera de ablandarle el corazón. Por ese entonces ya pronuncia con soltura, "calamales lomana y huevos flitos con cholizo".
Dolorosamente, adoptaríamos métodos, menos corteses, más expeditivos. Conseguimos que su esposa nos transfiera liquidez para gestionarle un nuevo pasaje, y, decidimos secuestrarlo, por su bien, y llevarlo, para facturarlo, al aeropuerto.
Manos a la obra. El traslado es rutinario, la dificultad estriba, en que por su propio pie, acepte subir al avión.
Para ello, nos proveemos de dos garrafas de 5 litros de aceite marca blanca, y un lebrillo (barreño ancho) y, con una reactancia de podóloga, (artilugio que utilizan para calentar el agua y ablandar los callos) conectada a una batería de auto, en un rincón apartado del parking de la terminal de salidas internacionales, ponemos el aceite hirviendo, al punto de hacer patatas bravas (que también las conoce y le gustan).
El oriental que ve aquello crepitar, y, nuestra cara de pocos amigos, se viene abajo, es decir, decide subir p'arriba, para tomar definitivamente su vuelo, no sin antes inclinar el torso y la cabeza, ritualmente, con un gesto que le honra, y, en señal inequívoca de cortés rendición.
Se trata, como su propio título indica, de un viajero lejano, amante del más riguroso orden y la más proverbial disciplina, que habiendo programado, con antelación, unas vacaciones en compañía de su gentil esposa, quien, sufriera, a pocos días de la partida, un percance doméstico, sin mayor importancia, pero que los facultativos, y, el sentido común, desaconsejaran realizarlo.
Estando todo listo, y, como al marido le hiciera mucha ilusión, deciden, de común acuerdo, siendo un tour organizado, en manada, que lo disfrute solo, total.
Llega aquí, rápidamente se ambienta, descubre los beneficios del jamón de bellota, se familiariza con el fino y las gachís, y a la hora de volver dice que no se va, que no regresa. Que se queda.
La mujer apenada, presiona al cabecilla del grupo sin éxito, hasta que vuelven sin el; después, a través del Consulado, procura reconvenirlo, pero la burocracia es lenta; lo intenta mediante las Fuerzas de Seguridad, con tan mala suerte, que, en esas fechas, se juegan los partidos decisivos de la Champions, y no se puede atender a todo, y ella, desesperada, a las malas, le cierra el grifo, como medida de presión, anulándole las tarjetas de crédito en origen.
El, que es un figura, descubre la martingala para detectar cuando las tragaperras están preñadas, y, con ese sistema, va tirando.
Ella, sin muchas salidas ya, es cuando contacta con nosotros vía Internet para que consigamos su retorno, por cualquier conducto, a cualquier precio. Preferiblemente vivo. (Perdón esto se está alargando mucho y no quiero ser pesado. Sigue más arriba.)
La casuística de este oficio es literaria / cinematográfica, y, da, para mucho. La proliferación de locos en continua alza, y la diversidad de situaciones límite, generan una temática aviesa, que, desborda la imaginación calenturienta del guionista más quemado y rebuscado.
Soy parco en comentarios. Por una cuestión higiénica mental, aparco los temas laborales en la oficina, con el final de la jornada, y mantengo por pura ética, el secreto profesional, y, la confidencialidad, como debe ser. (Así, y, todo, siempre se escapa algo, mayormente, de folleteo).
Para alimentar el morbo, vamos a ver, pensemos asuntos celebres que me recuerde.
A pares, hemos tenido dos bomberos pirómanos, y, dos toreros cornudos, sin relación entre sí.
El Caso Tomás Clown, el payaso que asó la mantequilla; el tema de Quien Teme A Virginia Love, una ninfómana vegetariana; y como, insólito, el drama de una esposa, que, sorprendentemente, se acostaba con su propio marido, en una versión, actualizada, del Ramito de Violetas, con los versos pero siempre sin tarjeta.
Ahora, el affaire más interesante, y que nos dio mayor proyección, quizás sea, el del Turista Oriental, que tendremos la oportunidad de conocer, seguidamente, en la próxima entrega.