Una egregia profesora viuda, ya jubilada, que por circunstancias de la vida ha estado privada de lo "dulce", de la parte placentera de su existencia, en un régimen estricto sin prescripción médica, al final próximo de sus días, no quiere morirse sin hartarse de azúcar y decide, a última hora, probar las natillas. Y ya puestos, se atreve con los melindros, los hojaldres, las yemas de Santa Teresa, los bizcochos, los sobaos, los mazapanes y polvorones fuera de temporada, dándose un festín, un atracón, con todas esas especialidades que engrosan el variopinto catálogo del mundo de la pastelería / repostería.
Y para ello contrata a un guapo profesional experto en los secretos de la más diversa bollería.
Bien, después de ésta pintoresca introducción vayamos directamente al grano. Todos somos Emma Thompson. En alguna medida. Todos llevamos, quisiera creer para no sentirme estafado, la asignatura del sexo aprobada por los pelos. Con un cinco raspado, en la mayoría de los casos. Es verdad que siempre hay algún empollón, e, inevitablemente, se cuela algún diez con matrícula de honor. Pero me parece que son, como en el mundo estudiantil, los menos.
Por incompatibilidad o ineptitud manifiesta. Por inexperiencia. Por esa educación pudorosa, generacionalmente, heredada. Absentismo. Inapetencia. Cotidianidad. Hastío. La cantidad de razones para que la cosa no funcione, son infinitas y de índole variada.
Aquí, la buena de Emma, ya mayor, pero no gastada, con el encanto de una persona bondadosa, libre, independiente, fiel a su criterio decide enfrentarse a la mayor prueba pendiente de su vida. Y se comporta desempeñando el rol reservado, comúnmente, al hombre.
Con una ternura infinita. Sin dejar de ser profesora juzgando los adjetivos gramaticales empleados en el léxico de su accidental pareja, (empíricamente) ni madre, atendiendo el teléfono de sus hijos que interrumpen con sus problemillas, su inconfesables encuentros.
Se desnuda de la forma más difícil, interiormente. Abiertamente.
Explicando, con humor, el fracaso de las relaciones rutinarias mantenidas con su esposo en una misma postura mecánica, insatisfactoria, prolongada durante 30 años. Y enumerando, como en una lista de la compra, sus deseos sexuales a consumar.
No quisiera restar interés ni desvelar el intríngulis de la cinta con mis comentarios sobre esta película, pero como prueba de autenticidad y verisimilitud añadiré una anécdota al hilo de lo aquí expuesto.
Durante mis años de comerciante al menor y desempeñando casi la función de psicólogo que ejercíamos con una estable clientela, había lugar para todo tipo de comentarios y a veces las conversaciones derivaban a causa de la actualidad en la temática del sexo.
En esas que una clienta de cierta edad me confesó amargamente no haber sentido nunca un orgasmo.
Aturdido y superado por esa incomoda situación: opté por restarle importancia. Como diría un político actual, está sobrevalorado y le dije: "No se preocupe, no se ha perdido gran cosa" y no sabiendo como acabar, ilustrándola, añadí: "Es, cómo le diría yo?, como la picadura de un mosquito". The End.






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