Tomo prestado este antiguo nombre de opereta alusivo a la diosa de la belleza, la sensualidad y el amor, para acreditar que este complemento ha caído en desuso, y ya las nietas no se pelean por heredar el viejo collar de la abuela.
Me refiero a esa manoseada pieza tradicional que vestía, que hacía de festivo, imprescindible para dos o tres generaciones. Mayoritariamente de perlas de bisutería, cultivadas y en todas sus variantes y procedencias de agua dulce, y por extensión a todos los collares de fantasía.
La masificación y el casual wear, como sucede también con el buen calzado, ha matado a esta pieza de la indumentaria femenina relegándola al fondo de la cómoda sin oportunidad de lucimiento y aparición.
Desmitificando la vieja idea romántica de que cada perla era una lágrima de los Dioses o un deseo incumplido, y de paso con su desaparición también enterramos, colateralmente, al viejo oficio de pasadora de collares engrosando la lista del desempleo con un considerable número de solteronas que purgaban haber rechazado a un novio por ser militar, ensartando, rabiosas, cuentas en un hilo las tardes tristes y desabridas de domingo.


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